Elysium
En un diario muy popular, he leído razonables clamores contra la indigencia intelectual que supone perpetuar artificialmente principios dieciochescos, según los cuales el conocimiento puede adquirirse mediante la educación y esta debe ser universal, para garantizar el acceso de todos los individuos a las distintas potencialidades del saber. Majaderías.
Un país pródigo en decretos ley no puede permitirse la desidia de mantener vivo lo agónico ni de resucitar lo muerto y sepultado. Esto tiene que arreglarlo una ley, hay que regular tanta idiotez junta. Si no se puede impedir que se piensen y se digan tonterías, al menos debemos procurar que no se divulguen.
No basta con recortar horas de la enseñanza de la Filosofía (escribiré por última vez en inicial mayúscula esta nauseabunda palabra). Pañitos calientes… resulta más cabal prohibirla. No es para menos con respecto a un estudio que únicamente realiza un repaso de la historia -apologética- de la locura; acción inútil que, para colmo, contribuye a seguir propagando los diversos disparates de ociosos sesudos. Lo peor no acaba ahí: conozco a profesores de filosofía que se empecinan en hacer reflexionar a sus alumnos, como si se necesitara algo así para vivir. Incluso sé de alguna profesora engolfada en la escritura de una tesis sobre la utopía, esto es, sobre un conjunto de estupideces manifiestas, concernientes a la organización de la vida, que supuestamente contribuirían al "bien común"… ¡Pero si sus idolatrados pensadores griegos fueron incapaces de ponerse de acuerdo para determinar en qué consiste el bien, ya no digamos de sus esfuerzos ridículos por definir lo común!
Enjuiciaremos en otra ocasión a quienes pretenden enseñar literatura y otras artes, todas ellas igual de inservibles e incapaces de traer un solo pan a la mesa. Sabios muertos de hambre ha habido… Una legión. Y ahí están: muertos. Se me reprochará que es ese el destino de cada uno de nosotros, evidencia que no negaré. Pero, si me dejan elegir, prefiero acabar harto y bien comido. Para otros dejo alhóndigas de libros, de esculturas y de cuadros. Que les aprovechen.
Una sociedad que da culto a lo estéril y lo contempla como un fin en sí, denominándolo “estética“, ha firmado su sentencia de muerte. Hace unos días, leí con regocijo cómo unos muchachos ridiculizaban una exposición de “arte” introduciendo una “piña de la discordia” -que hacía la vez de la manzana del mito-, astutamente abandonada en un expositor a ver qué ocurría… Y lo que tenía que ocurrir ocurrió: nadie fue capaz de impedir que se elevara una piña tropical a la categoría de obra de arte. Hecho insólito, pero no inusual -valga la políptoton-, que viene a demostrar la inexistencia de un criterio claro en casi cualquier cosa. En resumidas cuentas, que todo es arte y nada lo es. Sin embargo, cuando introduzco una cápsula en mi robot cafetera, sé cómo funciona el mecanismo que me suministra un café y también conozco el deleite y los efectos euforizantes que me proporciona. Eso es certeza; lo demás, ciencia ficción.
Bueno, voy a ver un documental sobre macacos en la televisión. Tal vez podamos inspirarnos en su estructura social para mejorar la nuestra…
El relato está construido de tal manera que el sutil velo de ironía que lo envuelve puede desvanecerse y creer que lo que el narrador está defendiendo en primer plano, en la superficie, cuando en realidad está defendiendo con pasión lo contrario. Me ha gustado mucho ese baile de puntos de vista
ResponderEliminarPor otro lado la reflexión que nos propone (vamos a creernos por un momento su crítica a la inutilidad de la filosofía y otras ciencias sociales) no deja de ser una interpretación de la realidad, una metafísica, una filosofía; con lo cual cae en el discurso, en la red, que quería desmantelar.
En palabras de Nietzsche: "la abstracción en el lenguaje; temo que no vamos a desembarazarnos de la idea de 'Dios' porque seguimos creyendo en el lenguaje. La gramática, esa vieja hembra engañadora"
Mancuso 3
El perenquén es ajeno por completo a las categorías humanas... Carece de metafísica, de gramáticas, de lenguajes simbólicos y de cualesquiera de nuestras etiquetas y clasificaciones, que no pueden aprehender una micra siquiera de la etérea dimensión en que se mueve: nosotros la llamamos "la nada", pero es lo que da sentido y plenitud al todo-espejismo que nos envuelve...
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