Observaciones del perenquén





    
    
  Cuando me adhiero, exhibiendo con orgullo mi cuerpo ventosa, a una pared cualquiera de cualquier casa, a un muro, tapia, parapeto, valla, asta, poste o tronco, participo de una visión transversal única, de lo que permanece o se desplaza recto, frente a lo que habita el mundo lateral transitado por los humanos y otras criaturas. No soy yo, precisamente, quien anda torcido; fue una de mis primeras conclusiones desde la atalaya en la que presto mis ojos al dios del instante inmortal.

    Hay ocasiones en que hurto, aposta, la certeza a quienes me observan, pues nadie consigue saber si miro hacia fuera o hacia dentro, si a la vez lo observo yo a él o desprecio su presencia incómoda mirándome solo a mí mismo. Hago lo que me apetece con mis observaciones y con mi punto de vista, que cambio continuamente para desalentar toda expectativa. El mundo del perenquén no se muestra nunca esclavo de linealidad cronológica ni cronoilógica alguna. Simplemente, observo, como un modesto ser contemplativo, congelando los momentos para captar el instante en que la sinrazón impulsa tu pensamiento y lo agita una vez tras otra, guía tus actos hasta que te caes en mi pared y la pérfida esperanza hace que te levantes de nuevo, porque has de continuar mi espectáculo. 

    Quedo suspendido del todo observando la nada que me rodea, la nada que los bípedos preñan de pintorescos escenarios, del absurdo que fluye violento como una estampida de búfalos en vuestra sabana de estupidez y locura cotidianas a partes iguales. A veces río. A veces lloro. No sé por qué hago lo uno ni lo otro, lo considero un mero acto reflejo. Casi siempre me sorprendo indiferente, contemplando uno de esos días en que todo sigue su curso natural; ni cruel ni compasivo: natural.

      En la quietud de la noche observo: no pienso, solo existo. Y cuando bajo a mi suelo, te contemplo del revés en mi techo. Muda mi visión, pero no lo hacen tus costumbres. Y sigues arrastrándote en el día a día de tu grotesco mundo antípodo. Me gustaría poder decir que me cambiaría por ti un momento, que dejaría que bajases a contemplarme desde aquí mientras yo subo a mi pared para actuar como lo haces tú, en un continuo de necedades. Pero no quiero renunciar a la rugosidad de mi piel para envolverme en tu pegajosa mentira.

    Termino estas confesiones con un ruego, si eres tú uno de los que ansían capturar al perenquén: deja que me mueva libre por la pared, que te vea cómo eres en vertical, que ofrezca a la realidad otra perspectiva cubista de ti. Aunque este perenquén puede abrir la boca, prefiere callar. No persigo grandes ideales, solo insectos pequeños para mantener viva en ti la incertidumbre sobre mi oficio y mis ocupaciones. La próxima vez que me mires, recuerda que también alguien te observa a ti.


Comentarios

Entradas populares