Viajar entre otras manías
Estoy planeando viajar muy lejos, lo suficiente como para perder de vista todo lo que me incomoda cada día. El problema es que lo que me incomoda cada día me sigue a todas partes como mi propia sombra. Y así habrá de ser. Nadie puede huir de sí mismo; lo intentaría con gusto, si tuviera garantías de que no voy a encontrarme, pero, como dicen, el mundo es un pañuelo.
Me encantan los destinos exóticos: cuanto más lejanos, mejor, por el simple hecho de que la distancia crea el efecto ilusorio de convertir lo vulgar y corriente en especial. No sé si me atrae más lo exótico por su lejanía o lo lejano por su exotismo. ¿Que se me habrá perdido en esos rincones -me pregunto-, o por qué debo ir tan lejos a contemplar bosques encantados, ubérrimas junglas, montañas de postal, un mar o un atardecer que tengo al alcance de la vista, sin moverme del sitio, o apenas girando la cabeza? Eso sí: la mayoría de los viajes con los que sueño los ejecuto, precisamente, en sueños. Y bien digo que los ejecuto, porque acaban ahí: los experimento como pesadillas en las que me persiguen nativas semidesnudas para agasajarme con una guirnalda de flores y colmarme de atenciones, seguramente antes de hacerme algo tremebundo, como si fueran Pentesilea y sus amazonas persiguiendo a un varón gargario; y yo que no paro de huir, huye que te huye… No me relajan nada mis fantasías. Después, ya jamás vuelvo a sufrir esas paranoias veleidosas y dejo de padecer durante un tiempo las tentaciones de abandonar mi cuerpo para transportarme a un LRTT, que es como se conoce en el argot a los lugares remotos de tortura turística. Por eso -pienso atribulado- más me valdría soñar con que voy al trabajo, o a comprar a uno de esos centros comerciales que amo en lo más profundo de mis entrañas. Qué hermosos son ciertos sueños convertidos en realidad.
Los gustos del ser humano cambian de una forma inopinada y extraordinaria. Cuando era joven, me encantaba la parafernalia que envuelve los viajes y que -pienso ahora- los hace terroríficos: aeropuertos, colas, facturaciones, largas esperas, colas, conexiones, retrasos, turbulencias, colas, extravíos de equipaje, reclamaciones, colas… Atractivos que ya no me seducen: serán achaques de mi incipiente vejez. O que soy un burgués acomodado o un cómodo aburguesado, no sé.
Una manía curiosa y que practico con una frecuencia cada vez menor es la degustación de los etéreos manjares ofrecidos por el personal de a bordo. Lo más cerca que podemos comer y beber de los dioses del Olimpo y sus banquetes. Cocina de altura. Fría casi siempre, pero de altura. Tampoco me imagino a Ganimedes sirviendo copas a Zeus como un azafato que conduce por el pasillo, sin carné específico -¡tamaña locura!, un carrito lleno de botellines de néctar; del néctar de los dioses y no del de alto contenido en fructosa y azúcares añadidos que pretenden hacerme tragar. A todo esto, ¿Poseerá Ganimedes el titulo de manipulador de alimentos? Porque alguna compañía, además de néctar, obsequia con ambrosía a los pasajeros; pero igual que aquellos néctares, estas ambrosías son muy calóricas…
Yo, por mi parte, aguanto sin comer más de dos horas y media con sus desesperantes minutos y segundos. No parece que en este caso suponga un gran esfuerzo, a la vista de lo que me pierdo en aeropuertos y aviones: si me alimentara así habitualmente, mi salud inquebrantable duraría tres o cuatro “Saber y ganar”. Y tal vez sea suponer demasiado.
El ingenio que despliega el homo volans en todos los terrenos resulta alucinante, como la ocurrencia de montar una tienda aérea. Faltarán en tierra lugares donde comprar... Y, a decir verdad, nunca he visto a nadie interesarse por alguno de esos objetos con el emblema de la aerolínea a un precio -alabado sea el Señor- libre de impuestos. La próxima vez pediré que me muestren ese reloj con multifunciones que nadie usa nunca; lo haré para poner en apuros a la tripulación, revelando que ese aparato solo existe en su catálogo para la muñeca de un titán hortera.
Vaya, un amigo acaba de avisarme de que los pasajes para Laos están casi agotados. Debo darme prisa si no quiero arrepentirme el resto de mi vida de haber dejado escapar una ocasión como esta: despiadadas nubes de mosquitos, humedad insoportable, pobreza extrema, infinitos arrozales... Una gran experiencia, nada que ver con los LRTT de mis pesadillas. Si sobrevivo, prometo relatar con detalle el viaje.
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